Desde que hace algunas décadas la tecnología consigue duplicar la capacidad de almacenamiento de datos, aproximadamente cada cuarenta meses, en la comunidad científica se acepta que la problemática de los límites en el análisis de esos volúmenes es especialmente complicado en ciertas áreas, como la meteorología, la genómica, los procesos biológicos y ambientales, o sea en todo el núcleo duro de la agronomía.
Esa explosión en el proceso de captura de datos llevó al concepto de macrodatos o datos masivos conocido como “Big Data”, que hace referencia a un mega conjunto de datos que también tuvo su correlato en el desarrollo de tecnologías de procesamiento específicas.
En el agro de la Argentina como en casi todos los países líderes mundiales en agricultura no paran de crecer la oferta de dispositivos y tecnología para la captura y procesamiento parcial de datos de distinto origen (clima, ambiente, topografía, mercados, etcétera)
De la mano de los distintos sistemas de satélites disponibles y sus servicios de imágenes de amplia calidad, resolución y frecuencia junto a la disponibilidad cada vez más potente de la electrónica, microprocesadores y telecomunicaciones sumado a la tecnología de drones y robótica en general, todo bajo soporte de una web cada vez más accesible los agricultores y sus asesores técnicos se encuentran ante una oferta gigantesca de datos disponibles a costos decrecientes.
Ahora la incógnita que planteo en el título de la nota es cómo está adaptándose la interface entre esta mega oferta de datos y la capacidad analítica integradora que los sistemas de producción agropecuarios requieren.
Parece estar muy desbalanceada la facilidad y el bajo costo de la adquisición de datos comparado con la disponibilidad y costos del análisis agronómico que requiere de una importante inversión en tiempo, dedicación y criterio, o sea capacidad profesional en ciencias agrarias.
Muchas preguntas por hacerse
Sin ir más lejos, desde ya hace muchos años una proporción cada vez más creciente de cosechadoras de granos están equipadas con monitores de rendimiento.
¿Cuántos de ellos están conectados y colectando datos?
¿Cuánta de esa información está sometida a análisis? ¿Cuánta de lo que se analiza se utiliza en decisiones de campo?
¿Cuánto de ese enorme volumen de información es corroborado o descartado con el soporte de la tradicional pala de punta?
Sin embargo, por otro lado, la matrícula de las carreras de Ciencias Agrarias en casi todas las universidades del país no está en su mejor momento.
Las hipótesis pueden ser múltiples: desde las secuelas de las políticas contrarias al agro de los recientes años, hasta la falta de adecuación de las currículas, pasando incluso por la complicada percepción pública de la agricultura y una amplísima oferta de todo tipo de carreras y capacitaciones.
Pero quizás la agronomía esté cambiando tan profundamente y esté mutando hacia un abordaje de ingeniería de procesos donde la extrema complejidad inherente a ella esté atendida por especialistas para cada una de las especificidades que la componen.
¿La respuesta la darán equipos interdisciplinarios que aborden esos procesos de manera integral? Aún si fuera así, esto requiere también de un líder del proceso con una visión sistémica e integradora.
El desafío que el vértigo de la revolución del “Big Data” le plantea a la agronomía es apasionante y quizás definirá el perfil del profesional del resto del siglo XXI, pero no perdamos de vista que el aprovechamiento de toda esta información está en manos de las ciencias agrarias.
(*) Por Victor Piñeyro – Ingeniero agrónomo, consultor y Director del Observatorio de Comunicación de Agronegocios.