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Sobre la ruta que sale del check-point de Erez en la frontera de Israel y la Franja de Gaza, yendo hacia el norte a unos 45 km hay una estación de servicio Sonol que tiene lo justo. Cumple para repostar, ir al baño y tomar algo no muy fresco. Para comer, si se puede, mejor aguantar unos kilómetros más adelante.
En la Sonol se cruzaron Samir y Galli. Casi se chocan las cabezas abriendo la puerta de una heladera en busca de algo medianamente fresco para seguir un tramo más por la ruta, cada uno en sentido contrario.
Cruzaron sus miradas por encima del barbijo, los ojos claros y chispeantes de Galli, los oscuros y arrugados de Samir. Pero nada más, cada uno viajaba ensimismado en sus pensamientos y con sus corazones en otros lugares, muy lejos del exhibidor de Coca.
Aunque sus vidas tenían mucho en común, ninguno de ambos jamás se enteraría. Sin saberlo ninguno de los dos, habían convivido a solo 30 km de distancia en línea recta, cada uno de un lado de la frontera entre Gaza e Israel.
Es llamativo cómo un límite artificial puede establecer situaciones de vida tan distintas de un lado y otro. Y la agricultura refleja fielmente estas realidades y deja una huella distintiva.
Solo con ver el Google Earth puede verse el cambio brusco de patrón de uso de la tierra como reflejo de dos culturas y de dos situaciones diferentes en el status quo de un conflicto milenario.
De un lado parcelas grandes, huellas de sistematización de tierras y muchos círculos de riego por pivot central. Del otro lado, pequeñas parcelas con distribución anárquica entremezcladas con pequeños poblados urbanos que buscan un espacio para intentar alivianar el hacinamiento.
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Galli es una bella mujer que pisa los cuarenta y tantos, curtida por horas del sol de los campos de medio oriente, recién separada, por tercera vez, sin hijos. Está fastidiosa con este viaje, con el día caluroso y con cómo la está pasando en este punto de su vida.
Es agrónoma, estudió en el campus de Rejovot de la Universidad Hebrea de Jerusalén, hace años que asesora a empresas de agricultura en todo Israel y de Jordania. Diseña y monitorea los sistemas de riego que le dan vida a una agricultura superprofesional, tecnológica e innovadora que produce los alimentos cruciales para un país que los necesita como el aire para respirar.
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Ahora está de camino al sur, a una región vecina al Kibutz Sederot, pero a los campos que están del lado que queda encajonado contra la frontera con Gaza.
Este viaje tiene sentimientos encontrados para ella. Estuvo en esa misma zona entre 2008 y 2018, años de fuerte tensión del conflicto de Israel con Palestina. Aún hoy en pesadillas vuelven a sonar en su cabeza las alarmas y siente en la boca el mismo gusto del polvo y adrenalina que sentía cuando le tocaba correr al refugio más cercano.
Hay solo 30 segundos para llegar seguro a un refugio y evitar a alguno de los cohetes que no pueda atajar la Cúpula de Hierro de la defensa israelí. En aquellos años atendió a decenas de agricultores de las fincas vecinas a la Franja, mientras día por medio se sabía de cohetes más o menos profesionales, más o menos peligrosos, pero siempre aterrorizadores, que salían desde las posiciones más rebeldes de Hamas desde la Franja.
Por otro lado, Galli sabe que ir al sur es la única opción para alejarse por un tiempo de la ciudad de Haifa, de la oficina donde había logrado estar en paz y con algo parecido a la felicidad, por unos años, donde había encontrado una especie de amor pero que ahora era solo sinónimo de dolor, ahí en el corazón, con la gran desolación de haberse descubierto, con la guardia baja, muy ingenua, engañada de la manera más vulgar.
Tiene bronca, está fastidiada, pero sabe que hay esperanza de que volver a recorrer los campos de trigo bajo riego, revisar las bombas, auditar las instalaciones, verificar el software de los equipos, caminar los campos con las colegas y tomar un te frío con los agricultores al atardecer de los días abrazadores de calor, podrán ayudarla a sentirse un poco mejor.
Se va a hacer cargo de un contrato de servicios a Salicrop, una empresa israelí con sede en Kfar Vitkin, que está desarrollando un tratamiento químico de semillas para mejorar el comportamiento de varias especies en suelos salinos, con resultados preliminares de hasta un 32 % más de rendimiento que los cultivos con semillas no tratadas.
Específicamente, Galli va a supervisar el riego de los ensayos en zanahoria, que es especialmente sensible a la sal, aunque los ensayos también incluyen otras especies como arroz, trigo y algodón.
Si se afianza esta mejora el impacto puede ser enorme debido a la presencia natural de suelos salinos en todo el medio oriente, pero también por el fenómeno de salinización que sucede frecuentemente por el uso de agua de riego.
Resultó que el infame engañador de Galli también es su jefe y no fue difícil convencerlo que la saque de Haifa, aunque un destino más pacífico en Jordania solo será posible una vez se controle la pandemia.
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Definir a Samir no es muy difícil. Pase lo que pase solo le importa ver amanecer mañana. Ahora vive con su familia al este de Jabalia, al sur oeste de la Franja de Gaza.
La franja es una lonja de tierra apretada entre el Mediterráneo y la frontera sellada por la seguridad israelí al oeste y al sur y la frontera con Egipto al Norte. Aproximadamente 2 millones de palestinos sobreviven en medio del conflicto ancestral de Medio Oriente en un territorio de tan solo 11 x 55 km. junto al Mar Mediterráneo.
La enorme mayoría de la gente intenta trabajar, estudiar y progresar en medio de todo tipo de carencias económicas e infraestructura y bajo la dictadura férrea y guerrera de Hamas.
Durante años, Samir intentó todo tipo de negocios para sobrevivir. En 2006 llegó a tener una linda cafetería en la zona del Hospital Al-Shifa, pero tres veces se la destruyeron: primero por una denuncia de venta de alcohol, luego en un ataque israelí, finalmente en el enésimo episodio de la lucha entre facciones de Hamas.
No es que se cansara de empezar de cero cada vez, sino que pensó que alejarse de esa zona sería más seguro para la familia y en 2016 se hizo cargo de unos 40 dunam (4 hectáreas) de tierra que la familia de su esposa Raissa ocupan desde hace más de 100 años a unos 3000 metros al oeste de Jabalia, pero demasiado cerca de la línea fronteriza.
Su propia familia había sido agricultora por generaciones y no le costó mucho aprender los saberes del cultivo de frutilla, zapallitos, pimientos y hortalizas de hoja en ese rincón de la Franja.
Cuando se cruza con Galli, en la Sonol, Samir está viajando hacia el norte. Salió de Gaza luego de 22 meses de gestiones administrativas, y solo lo logró gracias a influencias políticas de ambos lados.
Solo tiene 24 horas para llegar a destino, reunirse con su contacto y volver a entrar por el puesto de Erez. Viaja a Netanya un poco al norte de Tel Aviv y del éxito del encuentro depende que su hija mayor, Malak, pueda viajar a París, intentar radicarse allí con su sacrificado título de técnica en instrumental médico de la Universidad Islámica de Palestina y buscar una nueva vida.
Si sus conexiones en Netanya acceden, si consigue el salvoconducto para Malak, Samir sabe que toda su vida encontrará sentido. Malak sería la primer profesional de la familia y quizás el camino para construir de una vez un futuro que signifique algo más que solamente ver la luz del día siguiente.
El bus donde viaja Samir retoma viaje, el chofer avisa de malos modos que el aire acondicionado se acaba de romper, que no habrá más paradas en el camino y que llegarán aproximadamente en dos horas a Tel Aviv, allí lo estarán esperando para llevarlo en auto hasta Netanya.
El aire del bus se pone pesado, Samir se dormita de a ratos, pero hace un esfuerzo por aprovechar el tiempo. Se propuso aprovechar las horas del viaje para pensar cómo mejorar su pequeña empresa agrícola.
Solo se accede a agroquímicos y fertilizantes que entran ilegalmente por los túneles del norte en la frontera con Egipto. Son caros y de mala calidad y casi nunca llegan a tiempo para cuando hacen falta.
Un poco se distrae mirando la vida cotidiana al costado del camino, una vida tan distinta a la que tiene que vivir él y su familia en Gaza, pero hace un esfuerzo y ordena mentalmente algunas ideas de cómo mejorar.
Pero no es nada fácil encontrarle la vuelta. Conseguir los insumos adecuados para mejorar los cultivos es una odisea. A pesar de que Samir tiene buena reputación en su comunidad y por lo tanto acceso al sistema informal de crédito de Gaza, el abastecimiento está muy dificultado por el bloqueo israelí.
Solo se accede a agroquímicos y fertilizantes que entran ilegalmente por los túneles del norte en la frontera con Egipto. Son caros y de mala calidad y casi nunca llegan a tiempo para cuando hacen falta.
La energía para el riego solo está disponible algunos días a la semana y solo por unas pocas horas, y los costos son altísimos. De todas formas, quizás, lo que más lo persigue, como durante sus 55 años de vida, son los golpes cotidianos del conflicto.
En 2017 estaba empezando a mejorar la producción y las ventas a los mercados mayoristas de Jabalia, Nazla y hasta Kuba habían estabilizado los ingresos y por primera vez desde que es agricultor sintió que las cosas podían mejorar.
Pero a fines de enero empezaron en forma imprevista y sin aviso las aplicaciones aéreas de herbicidas de los aviones israelíes. Se supone que esas aplicaciones son para mantener limpia de vegetación una franja de entre 300 y 700 metros que desde el año 2000 la seguridad israelí dispone quede libre desde la línea demarcatoria hacia el lado palestino, pero nunca queda claro cuál es el alcance de la franja y es frecuente que muchos cultivos queden alcanzados por los herbicidas.
Sin embargo, lo más complicado son las derivas del producto al momento de hacer las aplicaciones. Parecería que los aviones israelíes vuelan solo cuando el viento sopla hacia el oeste, hacia el Mediterráneo, hacia Gaza y por ese motivo se produce una deriva que daña muchos metros más adentro de la Franja, hasta 1200 metros quemando mucha superficie de cultivos.
Samir recuerda que en esa oportunidad perdió toda su cosecha de espinacas, las hojas se quemaron por completo. Lo mismo la de habas. Solo los pimientos que estaban bajo cobertura plástica se salvaron ese día. Por lo menos otras cinco veces sucedió lo mismo.
Además, el Ministerio de Agricultura y el Ministerio de Salud palestinos prohíben la venta de plantas dañadas por herbicidas en el mercado, y sus instrucciones son destruir todos los cultivos dañados.
Todo el progreso de varios años volvió casi a fojas cero aquel año.
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Casi 30 operaciones de fumigación se llevaron a cabo a lo largo de la frontera entre Gaza e Israel entre 2014 y 2018.
La Cruz Roja Internacional y las ONGs que intentan colaborar con la población palestina ha denunciado esta situación e intercedido ante las autoridades israelíes sin mayores resultados.
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https://www.youtube.com/watch?v=hOrjw5xd4u4
Del mismo viento que derivó los herbicidas hacia las parcelas de Samir, pero en sentido contrario, se acordaba Galli apenas salió de la estación de servicio y retomó el viaje hacia el sur con su camioneta Toyota.
Cuando asesoraba a los productores de trigo israelíes cercanos a la Franja no solo los cohetes de Hamas eran de lo que había que cuidarse. Los globos y barriletes incendiarios eran cosa de casi todos los días en que el viento soplaba de oeste a este. Galli misma ayudó a combatir el fuego en trigales a punto de ser cosechados.
Un simple globo de cumpleaños, un preservativo o hasta una bolsa de compras inflada con helio y algún elemento encendido atado se convierte en un arma con destino a incendiar campos, matorrales o instalaciones en los poblados israelíes cercanos a la frontera. Esto produce un daño económico muy significativo.
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En 2018, Israel desarrolló una tecnología para combatir el nuevo fenómeno de las cometas y globos incendiarios, utilizando un sistema láser para derribarlos antes de que golpeen. Sin embargo, los ataques han causado graves daños por incendios en campos agrícolas y reservas naturales cerca de Gaza.
Los agricultores en el área cercana de Gaza presentaron una demanda en la Corte Penal Internacional contra los líderes de Hamas por el vuelo de cientos de “cometas terroristas” en llamas desde el enclave palestino hacia Israel, que han quemado campos y provocando daños estimados en decenas de millones de shekels. (1 shekels = 0,30 dólar).
Los habitantes de Gaza envían cometas para encender fuego a Israel; el ejército usa drones para interceptar.
Ahora, cuando Galli llegue a Siderot se agregará el problema de la señal hackeada del GPS. Ya le anticiparon el problema. Casi el 100% de la tecnología de siembra y cosecha israelí está soportada por pilotos automáticos guiados por la señal satelital del sistema GPS.
Pero en los últimos meses el sistema está bajo ataque electrónico de Rusia en Siria y de Hamas y Hezbolah en toda la frontera israelí. Interfieren el sistema y retrasan o directamente impiden el funcionamiento de los monitores de siembra para los cultivos de maíz, trigo, maní, hortalizas y muchos otros.
Las fallas aparecen en varias frecuencias desde una o dos veces al día, pero a veces continúan el día entero durante varias semanas.
A eso se puede sumar problemas en la telefonía celular. Son frecuentes en las poblaciones israelíes del sur interferencias sobre la red, generada por el ejército egipcio como parte de su campaña en contra de los grupos terroristas en el Sinaí.
Samir se acerca a Tel Aviv, ya la ansiedad por la suerte de su gestión le hace olvidar del drama diario de hacer agricultura en Gaza. A Galli le llegan WathsApps y llamadas que deja perder del jefenovio impostor y desleal y piensa que los problemas en la frontera y el GPS hackeado serán lo de menos.
Estos dos viajes, en sentido contrario del mapa están llenos de contradicciones y diferencias en la manera de vivir y hacer agricultura con la que convive la vida cotidiana de Samir y de Galli.
Pero están atados por una conexión indudable y contundente. La humanidad requiere de la agricultura para su alimentación, para su energía y para cada vez más demandas de todo tipo de productos y servicios y la agricultura, en medio de los sentimientos de las personas que la protagonizan le encontrará la vuelta para seguir dándole cuerda al mundo.
Escuchar la versión en Podcast Agro Siglo XXI:
https://open.spotify.com/episode/2HpONxGICKW4PQLuDlIEFG?si=W6kzwZsXQUKhnWM89oW44A
Por Víctor Piñeyro, ingeniero agrónomo, docente y director del
Observatorio de Comunicación de Agronegocios.