Silobolsas porteños

Un medio día de diciembre en el microcentro de Buenos Aires tiene su propio “glamour” y es posible encontrarse con cualquier cosa, pero ¿cruzarse con silobolsas en el Obelisco?

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Ilustraciòn: Marcelo Sosa [email protected]

Santiago tiene un comercio en el segundo cordón del conurbano y si hay algo que detesta es ir al “centro”. Para los cerca de 15 millones de personas que viven en el área metropolitana de Buenos Aires el “centro” es el microcentro, zona bancaria y sede de la administración de Gobierno.

Visitar el microcentro porteño y sobre todo en diciembre no es una propuesta de las más atractivas. Se cierra el año, todo el mundo corre, las agendas no dan abasto y la susceptibilidad social se multiplica en esta época.

A Santiago le tocó atender un trámite impostergable y ahí está poniendo el pecho al medio día de la “City”. Cumplido el trámite, salió por Perón, dobló en Florida. Once años de recesión y unos meses de pandemia no dejaron un lindo paisaje por acá.

En Diagonal Norte el pavimento estaba un poco más fresco que el dólar blue, porque resulta que no hay tantos dólares como los que los argentinos desean.

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Esquina de Diagonal Norte y Florida.

Donde era el Banco de Boston, perdón, la esquina del ICBC, el hermoso edificio que está eternamente con un andamio, en obra, se agenció de un buen pancho con coca que le diera ánimo para las cuadras que quedaban hasta la cochera.

Cuando encaró Diagonal hacia 9 de Julio, a contramano del tráfico, también quedó a contramano de dos columnas de manifestantes que reclamaban, porque, así como no hay dólares, tampoco hay condiciones de vida aceptables para todos.

Buenos Aires tiene su encanto y esta locura inserta en su paisaje, es parte de su glamour. Para llegar a la cochera de Corrientes y Paraná donde tiene el auto estacionado hay que atravesar la avenida más ancha del mundo a la altura del Mc Donalds. Santiago lo tiene visto por la tele, cada vez que se arma una revuelta callejera por acá, destruir ese local es deporte nacional.

Un poco más allá, colectiveros del Metrobús y taxistas de los que manejan con el brazo izquierdo colgando por la ventanilla se insultan con toda normalidad. Ya venía un poco subyugado por estas imágenes del naufragio argentino cuando los vio ahí, estacionados sobre la plazoleta sur del obelisco.

Un OVNI le hubiera llamado menos la atención. Dos “chorizos” tamaño gigante, uno blanco y uno rosa y cientos de peatones intrigados que se acercan para entender de qué se trata.

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Lo primero que pensó Santiago era en esas “esculturas raras” que instalan los artistas modernos tipo una señora del pelo rubio y lentes negros grandes que no se acuerda ahora el nombre. Pero también había un tractor y una máquina bastante rara que parecían estar armando semejantes chorizos.

“Tecnología de acopio y conservación de granos”, le informó el muchacho que estaba a cargo del operativo chorizo. “Es un truco clave para la logística y la comercialización de una empresa agrícola”, le amplió, cordial y con ganas de entablar charla con un porteño auténtico como Santiago. “Son silo-bolsas, habrá oído hablar. Acá en Buenos Aires no sé si las conocen”.

-¡Claro que los conozco Gaucho, escuché que ahí amarrocan los dólares que nos hacen falta para terminar con los problemas de la economía!

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Daniel, se llama el “gaucho”, un muchacho cuarentón, de nariz colorada por el sol y frente blanca como la leche. “Si me deja le cuento mi versión”, le dijo. “Adentro tienen granos de maíz, soja, trigo, otros granos, a veces también tienen pasto para la hacienda”.

Los bolsones y lo que hay adentro son de los agricultores que los produjeron, invirtiendo y corriendo riesgos por lo cual la decisión de cómo y cuándo venderlos es de ellos, igual que Santiago decide en su local del conurbano qué hacer y qué no hacer.

Pero, además, Daniel, le comentó que son importantes en el manejo financiero y comercial de las empresas agrícolas, porque funcionan como una caja de ahorros de donde poder regular las ventas de los granos en función del dinero que se necesita para seguir sembrando año tras año.

También son claves para toda la economía del país, ya que permiten conservar los granos sin deterioro y resguardar el valor de un producto que terminará siendo lo que movilizará la economía de miles de pueblos y ciudades y, en definitiva, también de Buenos Aires que es donde todo viene a parar en algún momento.

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Pero además, Daniel le cuenta que es un desarrollo tecnológico con el sello bien argentino, que integró innovaciones de la industria del plástico, el apoyo de la investigación pública del INTA y el feedback permanente con los usuarios: los productores.

Hubo que juntar la tecnología mecánica de la maquinaria que los arma y desarma, ciencias biológicas para entender cómo se conserva la calidad del grano y desarrollo de plásticos específicos para que el bolsón sea resistente, y lo más barato posible.

Los silobolsas posibilitaron quintuplicar la producción de granos en 40 años sin inversión en infraestructura de acopio y de ese modo permitieron el ingreso al país de miles de millones de dólares por exportaciones, aunque aun así los dólares no alcancen y siempre hagan falta más.

También le contó que el color rosa de una de las bolsas es por una campaña solidaria en conjunto con Fundaleu, una fundación que combate la leucemia y el Hospital Santamarina de Tandil.

Aun así, todo esto no parece alcanzar para evitar ser considerado un icono del mito urbano de la opulencia y el acaparamiento avaro.

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De todas formas, ha pasado y pasará. A través de la larga historia de la Humanidad, la tecnología se ha impregnado de componentes sociales, económicos y políticos que la tiñen de diversos significados y contenidos.

Un bolsón de granos es solo un dispositivo tecnológico, pero se lo identifica como algo negativo para la economía del país y sus habitantes, cuando es vital para que las corridas del dólar y de los manifestantes escapándole a los gases dejen de ser la triste realidad de la Argentina.

Mientras tanto su errada fama lo dejó en el foco de múltiples acciones de vandalismo en toda la zona productiva, especialmente en este año 2020.

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Santiago le pidió a Daniel una selfie y le agradeció el ratito de charla campechana en medio del caos porteño. A Daniel le gustaba explicar estas cosas, había aceptado al toque cuando desde la entidad rural donde participa lo invitaron al mismísimo Obelisco a mostrar que son los silibolsas.

Le pidió a Santiago compartir la selfie, lo saludó chocando codos, al estilo Covid, y se puso a conversar con una señora que, de entrada, ya le recriminaba que no regalaran un suvenir, un folleto o algo.

Santiago cruzaba Cerrito, casi lo pisa una moto por estar distraído con el celu, subiendo la selfie al Instagram. Encaró Corrientes buscando las últimas cuadras para subir al auto, buscar el bajo, después la autopista, volver al barrio donde la locura cotidiana tiene una escala un poquito más fácil de llevar.

Por Victor Piñeyro, ingeniero agrónomo, docente y director del Observatorio de Comunicación de Agronegocios.