Cuatro plagas. Cuatro plagas, una atrás de otra. Cuatro plagas en cuatro décadas destruyeron una sencilla pero próspera agricultura afgana.
Cuatro plagas, una atrás de otra: la invasión soviética del 79, la invasión americana del 2001, la industria del opio y las múltiples guerras civiles en medio de todo lo anterior.
Malik es un agricultor con cinco décadas de trabajo de la tierra. Hace 20 años pudo establecerse en campos del Valle de Kohdaman, unos 70 km al norte de Kabul, la capital de Afganistán.
Cada uno de aquellos cuatro azotes fue desgajando a la familia de Malik. Su padre desaparecido en medio de un combate con los soviéticos en la aldea de Shaesta en agosto del 80, dos hermanos asesinados en el atentado del mercado en Charikar en 1999.
En 2010, con 300 dólares, Malik pudo poner a la mitad de sus hijos junto con sus tres madres en un camión destartalado con destino a los suburbios de Islamabad, en Pakistán. Cada tanto tiene alguna noticia de ellos.
Del que no tuvo más noticias es de su hijo mayor. En 2016 Sharif, tentado por un suculento pago, aceptó conducir un utilitario con lubricantes y repuestos a un destino sospechoso en Mosul, al norte de Irak. La última pista que tuvieron de Sharif fue una llamada desde las afueras de Teherán, antes de retomar la ruta al oeste; luego, ningún otro rastro ni noticia.
Ahora Malik quedó solo con su anciana madre, el segundo de sus hijos, Elyaas y con la última de sus mujeres, Dalia.
Los desastres de la guerra
Desde niño, Malik solo supo trabajar la tierra. Cultivó trigo, maíz, arroz, papas, sandías, pero casi siempre solo alcanzó para la subsistencia y algún mínimo remanente para ventas en el mercado local o trueques con agricultores vecinos.
El 70-80% de la población afgana trabaja en la agricultura. Pero 40 años de guerra no solo han dejado su marca en la población, sino también una pérdida de importantes conocimientos agrícolas tradicionales que iban pasando de generación en generación como así también de infraestructura básica necesaria para producir, como la red de canales de riego.
Los 40 años de conflicto desde la invasión de la URSS en 1979, han trazado un espectro completo de todas las huellas de la violencia.
Las guerras dejaron una siembra siniestra en el suelo afgano: las minas terrestres. Entre 1978 y 2017, se han conocido 31000 víctimas de minas y artefactos explosivos sin detonar.
Además de los tremendos daños en las víctimas directas, muertos y mutilados, enormes superficies de campo quedaron inutilizadas por las condiciones de inseguridad en que se encuentran ante el conocimiento o presunción de presencia de minas.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) sugiere que, sin minas, la producción agrícola podría aumentar entre un 88-200% en algunas regiones de Afganistán.
Pero, además, las operaciones de la coalición estadounidense tuvieron que encontrar rutas alternativas para movilizarse. Como resultado, tanques y vehículos blindados atravesaban campo abierto, dañando los cultivos y la infraestructura existente.
En 2010, durante la Operación Dragon Strike, Malik fue testigo de cómo las tropas estadounidenses de la 101ª División Aerotransportada avanzaron desde la Carretera 1 hasta el río Arghandab cortando campo y destruyendo casas civiles, galpones de granjas, árboles, huertos, corrales y edificios, utilizando explosivos y retroexcavadoras.
Además de los peligros de la violencia explosiva en el suelo, los agricultores también temen las amenazas desde el aire en forma de ataques con drones y bombardeos. En septiembre de 2019, un ataque estadounidense con drones mató a 30 trabajadores agrícolas en un monte de pino piñonero al confundirlos con combatientes de ISIS.
Ninguna facción ha protegido adecuadamente a los civiles y, en cierta medida, todas las facciones han ejercido la violencia contra los civiles”, explica Patricia Gossman, directora asociada para Asia de HRW, Human Rights Watch.
La finca de Malik y Daira
Recién en los últimos años Malik comenzó a mejorar sus cultivos de papa, en base al trabajo y empeño de siempre. Aunque lo que realmente cambió el resultado fue el empuje que le dio su reciente esposa, Daira, y el apoyo de algunos programas de asistencia de ONGs e instituciones internacionales como FAO.
Las papas son un producto básico para Afganistán, con un mercado interno fuerte y un mercado de exportación que fluctúa estacionalmente.
Durante la temporada de cosecha, la papa se vende al por mayor a precios bajísimos, con el agravante que los agricultores no tienen forma de quedarse con las papas para los meses de invierno, cuando se duplican los precios.
El fomento impulsado desde la ocupación americana y las numerosas ONG intervinientes, impulsaron la capacitación en mejores prácticas de cultivo, la incorporación de nuevas variedades, el desarrollo de una incipiente industria semillera y la mejora en la infraestructura.
Malik y Daira duplicaron el rendimiento desde 10 tn/ha a 20 tn/ha solo ajustando las variedades usadas, la fecha de siembra y un riego más oportuno.
Pero también mejoraron mucho el resultado económico por un mejor manejo de la postcosecha al acceder a instalaciones de almacenamiento con frío para postergar la venta a momentos de mejor precio.
Esto fue gracias a la construcción de unas 500 instalaciones construidas por el gobierno afgano y colaboración internacional.
El empuje de Daira fue decisivo para los cambios en la finca. El rol de las mujeres en sociedades como la afgana es desde el punto de vista público muy limitado y el grado de sometimiento es casi total. Pero en la vida privada no es tan así y buena parte de las decisiones diarias de la vida familiar pasan por ellas.
Fue precisamente por iniciativa de Daira que se integraron a una “unión agrícola” con productores paperos de aldea vecinas que trabaja mancomunadamente para capacitarse y comercializar. El intercambio con ellos ha sido clave para la mejora y están pensando en explorar e incorporar nuevos cultivos anuales e incluso ya empezaron a plantar un monte de durazno y pistacho.
Amapolas, opio, heroína
Buena parte de los paisanos de Malik en la región donde nació y se crío, un poco más al norte del país, cultivan otra cosa….
El cultivo de amapola o adormidera (Papaver somniferum) para producción de opio con el cual se produce heroína, compite cada vez más deslealmente con la agricultura tradicional.
Afganistán es el mayor proveedor mundial de opio y, para algunos afganos se ha convertido en un elemento crucial de su medio de vida.
Una buena parte de los pobladores rurales trabajan en campos de amapola o están involucrados en el tráfico de drogas. En las zonas rurales, alrededor del 35% de los jefes de aldea informan que al menos conocen algún aldeano que cultivó adormidera.
Sin embargo, obviamente los agricultores no son los que más se benefician de la economía de los opiáceos. Una encuesta de aldeas de la ONUDD (Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito) descubrió evidencia de que numerosos grupos terroristas, incluidos los talibanes, financian sus actividades mediante la recolección un diezmo de alrededor del 10% en los productos agrícolas.
Las estimaciones de la participación anual de los talibanes en la producción de opio varían ampliamente, de 100 a 400 millones de dólares y en general, ha habido un crecimiento continuo en el cultivo de adormidera.
El poder en Afganistán
El ejercicio del poder institucional en el territorio afgano es totalmente heterogéneo y cambiante en el tiempo. Según la zona y el equilibrio de fuerzas que predomine entre el “estado afgano entre comillas”, la ocupación de la coalición, los diversos grupos guerrilleros, las múltiples tribus y clanes muyahidines y las organizaciones narcos será el color de tu suerte en esta tierra de dramas.
Las líneas geográficas del poder se mueven todo el tiempo y la presencia formal del estado va y viene, los amigos de hoy pueden ser los enemigos de mañana y viceversa. Existen redes de poder local que actúan como redes de contención a los ciudadanos comunes y a esas redes a su vez les queda hacer equilibrio para convivir con el poder de facto que circunstancialmente está a cargo o definitivamente oponerse con las armas y abrir otro capítulo de la violencia eterna.
A pesar de haber tenido una historia siempre turbulenta, el país no encuentra ni un oasis de paz desde fines de los años 70 cuando la Unión Soviética lo invadió y a partir de donde surgió la insurgencia Talibán que luego de la expulsión de los soviéticos se radicalizó y exportó terrorismo a toda la región y el resto del mundo.
Fue así qué se originó la otra invasión, la americana y de la OTAN luego del atentado del 11 de setiembre de 2001 en Nueva York y Washington.
Hoy luego de 20 años, la política exterior americana ya no considera justificable permanecer en Afganistán y está ejecutando su retirada casi total.
Salida de USA después de casi 20 años
La salida de las tropas estadounidenses de la base de Bagram, donde llegaron a vivir 10.000 personas, se produjo a principios de julio de 2021, en silencio, de forma rápida y discreta, pero significó el final de la intervención estadounidense en su guerra más larga.
Después de casi 20 años, EEUU abandona Afganistán, un país que se queda a merced de los talibanes que vuelven a tomar el control del país y avanzan en todos los frentes.
Este cambio del status político y militar es dramático para la población civil en general y para los agricultores en particular.
Sin el apoyo logístico y militar de EEUU, el Ejército afgano tiene pocas posibilidades de controlar el país, más allá de Kabul, y de resistir una ofensiva general de la milicia islámica. Los mínimos avances en materia de educación o de derechos de las mujeres logrados en estas dos décadas pueden perderse en meses o incluso en semanas.
Las incipientes mejoras en la asistencia a los agricultores lograda por las organizaciones estatales y no estatales corren riesgo de perderse y los conocimientos e infraestructura de la preguerra ya casi no existen. El peor de los escenarios.
Goodbye
Ahora Malik y Daira están realmente en problemas. El brusco cambio de poder en la región puede ser fatal para ellos, para su vida cotidiana y sus incipientes mejoras agrícolas.
Los lideres locales con vínculo con el Talibán los tienen en la mira. Ya lo visitaron dos veces en las dos últimas semanas y le han dado un ultimátum: producir para la red de abastecimiento de los Talibán en la región, o abandonar la finca con lo que queda de su familia y entregárselas.
Increíblemente, lo acusan a Malik de ser uno de los proveedores de papas a los americanos en la ya abandonada y desolada base aérea de Bagram.
Es cierto que estuvo en la base acompañando al líder de su aldea local en un acto protocolar, invitado por una de las ONG que lo apoyó en las mejoras de la finca, pero jamás entregó mercadería a ese destino.
Es más que sabido que toda la mercadería que consumían los americanos y sus aliados llegaba rigurosamente controlada y custodiada a través del puente aéreo desde las bases de medio oriente de la OTAN.
Solo desde aquellos proveedores en Medio Oriente o desde el mismo territorio de Estados Unidos llegaban las papas que consumían en la base, incluidas las que iban a los truck-food de Burger King, Pizza Hut o Subway de la base para ofrecer a la tropa el mismo menú disponible allá en casa, a 11000 km de distancia.
Está lleno de gente como Malik y Daira en Afganistán. Víctimas de la violencia y el conflicto permanentes y sin esperanza de salida. Pero ellos tienen una sabiduría especial para sobrellevar esa realidad.
Malik está bastante asustado, pero Daira no parece estarlo. Ella muestra mucha calma y claridad en cómo afrontar la situación: por un lado, hacer equilibrio diplomático con los líderes y jefes de las aldeas locales, tratar de mantenerse unidos con las otras mujeres de la “unión agrícola” y tratar de no perder el vínculo con las ONGs que pueden ser una salvaguarda para su vida y para su finca.
Pero también tiene un plan B para el peor de los casos: con los 300 dólares que atesoran otro camión destartalado los puede sacar a Pakistán como a los hijos y otras esposas de Malik hace 11 años atrás.
Mientras tanto, a hacer lo que han hecho de generación en generación: bajar la vista a la tierra, seguir cultivándola para obtener el sustento diario y contar los días que pasan, pero solo de uno en uno.
A arrancar trabajando desde el amanecer y agradecerle a Alá si su gracia permitiera ver la estrella que asoma en el firmamento cada noche.
Por Victor Piñeyro, Ing. Agr.
Docente y director del Observatorio de Comunicación de Agronegocios.