Así como lo quiere el tiempo, me guardo sola en esta inmensidad del campo. Mis únicos compañeros, los árboles, pájaros que trinan, siempre trinan con su deliciosa voz, en repetidas voces, repetidos inviernos, veranos o sea en las cuatro estaciones.
Y yo sigo aquí, mis moradores hace muchos años me dejaron para instalarse en otro lugar que yo nunca veré. Ellos no quisieron demolerme, no olvido a los pequeños cómo acariciaban las paredes y los adultos seguían mirándome a medida que se alejaban con lágrimas en los ojos.
Un camión desvencijado llevaba todo lo que ellos poseían. ¿Volverán? Me pregunté, muy largo era el camino de tierra hasta que el polvo no me dejó ver más.
¡Cuántas tormentas pasé! Los vientos dueños de su furia abrían y cerraban mis ventanas, nunca nadie se atrevió a buscar refugio en mí, pero no estaba triste porque todo era bien consolidado.
Buenas paredes, los cimientos fuertemente afirmados, mi amo me preparó para toda inclemencia, claro, ahora solo algunas goteras entran por mi techo ¡quién me iba a reparar! Pero sé que puedo resistir muchos años. Los “yuyos” ya taparon el sendero, llegando hasta mi puerta, pero no me preocupa, si entraran tal vez me darían una alegría.
Siempre miro con gran cariño, una casita, pequeña, con chapas, algunos ladrillos que las nenas habían hecho para jugar, ella sí, digo la casita, tenía en su interior frascos tarritos un cucharon que seguro lo sacaron de mi cocina donde mamá guardaba sus cosas.
A veces escucho la conversación de las visitas porque las niñas jugaban a las visitas, cortaban verduras de la huerta del papá, hacían sopa, me parece que mi olfato me dice que aun están allí.
Cuando dije que nadie se atrevía entrar, creo que mentí, o fue después ya mi memoria se está desgastando como las paredes, pero ¡sí! un perro buscó en mí su protección.
Había hecho un camastro en un rincón y me acompañaba, salía por la mañana, seguro a buscar su comida, ¡querido perro qué ternura me da que durante el día te acuestas al pié de mi puerta! tus manitos en cruz sobre el “suelo” mientras vigilabas todo el tiempo, que digo vigilabas o esperabas.
Tengo temor de quererte mucho y que me dejes porque alguna vez te vas a ir cuando Dios te lleve y yo, que no sé cuanto viviré, me quedaré sola; por el momento te acepto, y ¡abra la puerta compañero! cuando lo necesite.
Pasaron muchos años y un día veo que una señora con unos niños, se dirigen hacia mí, caminando; claro los alambres no le permitían entrar con ese carruaje o… cómo se llamará, bueno no sé, lo dejaron en el camino se acercaron y mi fiel compañero los recibió con un movimiento de cola que les dio confianza.
Y al escuchar que la señora decía -¿Vieron? aquí nació la abuela, quise que ustedes la conocieran de la misma manera, ¡traje a mis hijos y ahora a ustedes!.
¡Qué feliz estaba yo! esa señora había nacido y criado bajo mi techo y se acordaron de mí! Recorrieron todo, ella dejó unas lágrimas en mi “suelo” y se fueron. Esas lágrimas fueron mi agua bendita para seguir viviendo.
Pasaron algunos años más, qué digo, muchos más, cuando escuché muchas voces y mi compañero ladraba feo, no podía explicarme esas voces se transformaron en figuras, hombres.
¡Mi pobre compañero! No pudiste defenderte siempre te recordaré. Ellos, los hombres, comenzaron a dejar cosas pertenecientes a otras personas, joyas, dinero, cosas de valor. Así unos meses salían de noche y antes del amanecer volvían cargados…
Fue mi fi. Comenzaron a destruir taperas para que no se refugie ningún malhechor y entre ellas estaba yo, me golpearon con mazas, me destruyeron en totalidad. Buen trabajo les di. Y así los campos quedaron vacíos de recuerdos. Eran los sentimientos o la “única” manera de protegerse de los malvivientes. Y tomó la punta la destrucción de los sentimientos.
Y punto aparte o punto al revés y el pensamiento de quien escribe. Hoy 2020 ¿no pasa lo mismo? Me refiero a los valores. Y una pregunta ¿dónde se refugian los malvivientes? ¿O no se refugian?
Norma Morell
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